Vengan, vengan. Leamos la historia de este aventurero...
"La noche lo abrazaba como la sirena envuelve al navegante con su canto. La calle corría bajo sus pies, huyendo despavorida hacia el lejano horizonte. Ancianos y niños que asemejaban espectros se le acercaban para tocarlo. Tal vez pidiendo ayuda. Hermosas mujeres de bello rostro y curvas invitando al pecado, con gritos de desmedida euforia y vociferando unas contra las otras, ofrecían sus servicios al recién llegado. Pero el hombre notó el hueco en el lugar donde debía estar el corazón y entonces, por un momento, dudó de sus propias fuerzas. La calle corría ahora más velozmente bajo sus pies pero ya no era de piedra sino de oro, y a los lados, árboles fantasmales cernían sus largas ramas sobre el camino, impidiendo el paso del valiente aventurero. Luchando con los sauces, notó que el camino ahora ascendía. La batalla fue larga; los árboles, incansables; y el caminante ya no pudo más y comenzó a rendirse. Con las fuerzas que le quedaban, lanzó un grito de frustración y los fantasmas dejaron de acosarlo y el camino se abrió ante sus ojos y en la cima de la montaña, sentado sobre un trono maltratado por los siglos, aguardaba un anciano de inestimable edad. El mensajero se arrastró hasta el trono y moduló las desesperadas palabras de ayuda que la humanidad en su decadencia clamaba con desesperación; y escuchó entonces las palabras que le abrirían el corazón como un puñal.
- Has llegado tarde, hijo mío.
Y el mensajero pudo ver algunos metros más arriba, un trono en los tiempos de su apogeo. Un trono de lamento. Ocupado por el nuevo dueño de sus almas.
El hombre, con el cuerpo destrozado, la mente agotada y el corazón encogido; dejó junto al humilde trono lo que quedaba de su fe y emprendió el camino de regreso."