Con cierto sentido
Rosario conoce, desde hace tiempo, infinidad de seres y lugares que para muchos extranjeros resultan extraoridnarios. El parcayaso, el batileo, los osvaldosaurios, los bárboles tragasables cuya savia de venganza inunda veredas que las vecinas de la avenida de las malas noticias limpian con alegría somnolente. Tambien son muy comunes todo tipo de seres inútiles como los bohemios, los guardias urbanos y los estudiantes de arte. Todos forman parte de la extravagante fauna rosarina que se desenvuelve en sitios tan raros como la plaza de las ánimas alegres, el casino destino de crupieres infernales, el bar del fracaso de donde todos somos clientes, el río del olvido que alguna vez cruzamos hipnotizados por la charampia del chango. Así mismo, son muy comunes los episodios sobrenaturales como el avistamiento de minotauros extrarrestres o los portales interdimensionales en la cercanía del canal 900.
Sin embargo, ninguna de estas extrañezas se compara con la volatilidad mental de los civiles rosarinos, los comunes, la plebe, la chusma...nosotros. Los simples espectadores de la historia, los que, eventualmente, tratamos de documentar estos hechos sin que nadie sepa muy bien con que objeto. Nosotros, los otros, los que no aparecemos ni siquiera en los márgenes de los libros de historia, los que nos limitamos a pagar impuestos y reproducirnos, los que bailamos al compás de la música pero que nunca no paramos detrás de la consola. Nosotros, ellos, los olvidados, los marginales. Los que constantemente olvidamos, o simplemente dejamos de recordar, los que hacemos aclaraciones inútiles y nos perdemos en laberintos de divagación mientras nos dirigen como marionetas delante de este cartón pintado que llamamos vida cotidiana. Los que hablan sin sentido y se extravían en callejones que no van a ningún lado y que solo les queda volver al lugar de donde salieron para tal vez volver a empezar, siguiendo absurdos consejos como aquel que reza "en un laberinto dobla siempre hacia la izquierda" sin considerar variables tan importantes como por ejemplo la ausencia de ángulos en el laberinto. Nosotros los que nos sumergimos en infinidad de absurdos proyectos y vaciamos tinteros que nunca se volverán a llenar porque tal vez nuestra condicion de perdedores promedios nos lleve a comprarnos algun bolígrafo descartable. Somos los incomprendidos, los que no sabemos adonde vamos, los que hablamos por hablar. Los que muy de vez en cuando tenemos alguna idea rescatable como el cambio de plumas diario de Jilguero para alivianar tensiones, la pigmentación y despigmentación de MJ para eludir a nuestros enemigos, la charlatanería barata y sutil del Profe para reproducir su estirpe y el método de escritura DONT STOP que he estado utilizando hasta ahora de Ze Bastian que le ha permitido escribir infinidad de inútiles libracos.